lunes, 6 de noviembre de 2017

EL ARTE DE VENCER SIN LUCHAR

Una de las más grandes virtudes del guerrero es la de derrotar a su adversario con la mayor economía de recursos.
Las historias de la tradición zen y sufí que han llegado a occidente a menudo son protagonizadas por fieros y temidos guerreros que hacen aspavientos con sus armas, así como maestros ancianos imperturbables que ven sus demostraciones como un niño que ve caer una tormenta terrible por la ventana.
Una de tales historias habla de un guerrero muy famoso que había asolado incontables ciudades y conquistado vastos territorios sin jamás haber sido derrotado. Era tal el horror que provocaba en los pobladores que cuando supieron que el ejército del famoso guerrero se dirigía hacia el país todos —hasta los gobernantes— dejaron las casas vacías, con las ollas de sopa todavía hirviendo sobre los fogones, huyendo a toda prisa.
Todos menos el maestro zen que vivía modestamente en la ladera de una escarpada montaña.
Una vez que el ejército tomó el control de la capital, el famoso guerrero se dirigió hasta la cabaña del maestro zen con el objetivo de verlo con sus propios ojos.
Cuando llegó ante él, viendo que se trataba de un sencillo anciano que ni siquiera se había puesto de pie para suplicar por su vida, el guerrero prorrumpió en insultos.
“¡Viejo tonto!”, le dijo, a la vez que desenvainaba su espada, “¿no te das cuenta de que estás frente a un hombre que podría cortarte a la mitad en menos de un parpadeo?”.
El maestro permaneció inmóvil y respondió:
¿Y tú te das cuenta de que estás frente a un hombre que podría ser cortado a la mitad sin parpadear?
AUTOR ANONIMO

sábado, 7 de octubre de 2017

PARABOLA DE LA SAL

El viejo maestro pidió a su joven discípulo que estaba muy triste, que se llenase la mano de sal, colocase la sal en un vaso de agua y bebiese.
¿Cómo sabe? le preguntó el maestro, fuerte y desagradable respondió el joven aprendiz.
El maestro sonrió y le pidió que se llenase la mano de sal nuevamente. Después, lo condujo silenciosamente hasta un lindo lago, donde pidió al joven que derramase la sal.
El viejo Sabio le ordenó entonces: bebe un poco de esta agua.
Mientras el agua se escurría por la barbilla del joven, el maestro le preguntó:
¿Cómo sabe? Agradable, contestó el joven. ¿Sientes el sabor a sal? le preguntó el maestro.
No: Le respondió el joven.
El maestro y el discípulo se sentaron y contemplaron el bonito paisaje.
Después de algunos minutos, el Sabio le dijo al joven:
El dolor existe.... Pero el dolor depende de donde lo colocamos!
Cuando sientas dolor en tu alma, debes aumentar el sentido de todo lo que está a tu alrededor.
Tenemos que dejar de ser del tamaño de un vaso y convertirnos en un lago grande, amplio y sereno.
AUTOR: ANONIMO