sábado, 30 de agosto de 2025

LA DESILUSIÓN DEL TELÓN

Mi abuela adoraba los radioteatros. Cada tarde, mientras el mate humeaba en la mesa, encendía la vieja radio y se sumergía en un mundo de voces. Yo me sentaba a su lado, fascinada, dejando que aquellas palabras invisibles pintaran castillos, pasiones y aventuras en mi imaginación.


Una vez, decidió llevarme al teatro para ver en persona a uno de aquellos actores que llenaban mis tardes de fantasía. ¡Qué emoción! Sentí que iba a conocer a un héroe de carne y hueso.


Pero cuando se levantó el telón, la magia se quebró. El escenario era más pobre que mis sueños, la voz no tenía el mismo misterio, y aquel actor, al que yo veneraba, me pareció común, cansado, demasiado humano.


Al final de la función, nos acercamos a saludarlo. Yo, con apenas diez años, le extendí la mano sin entusiasmo. No era el príncipe que había imaginado, ni el villano temible, ni el amante apasionado. Era solo un hombre sudoroso, con el maquillaje corrido y una sonrisa forzada.


Salimos a la calle, y mi abuela me miró divertida. Yo estaba enojada, profundamente decepcionada. Esa noche aprendí que la radio me había dado más que un entretenimiento: me había regalado el poder de crear mundos enteros con mi mente, mucho más grandes que cualquier escenario.

"A los diez años descubrí que el escenario podía engañar, pero la imaginación nunca.

La verdadera magia no estaba en los actores, sino en los mundos que yo sabía crear."






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